El Profeta, sallallahu ‘alaihi
wa sallam, regresaba a su casa acompañado por Anas ibn Malik, que Al-lah esté
complacido con él. Nos podemos imaginar cómo se sentía al acercarse a la puerta
de su casa después de un día particularmente agotador, tras una larga jornada
dedicada a la divulgación del mensaje del Islam y manejando los asuntos de su
comunidad. Lo que más quería, antes que todo, era poder descansar en la
comodidad informal de su casa.
Él vestía una simple
capa amplia con un dobladillo no terminado, lo cual era apenas más que un rectángulo
de tela con el cual él cubría sus hombros y un cabestrillo alrededor de su
cuello. La cola de su turbante colgaba en su espalda.
Finalmente llegó a la
puerta de su casa y estuvo a punto de entrar cuando un morador del desierto venía
con rapidez hacia él. Cuando alcanzó al Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam,
lo agarró de su capa por detrás. El Profeta sallallahu ‘alaihi wa sallam, se
sorprendió por la fuerza del agarrón y anonadado miró hacia atrás. La fuerza
del tirón fue tal que casi lo tumba, desgarró el manto y, como estaba echado
alrededor de su cuello, le ciñó el cuello. Ese jalón dejó sus huellas en el
cuerpo del Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam.
Al analizar esta
situación uno puede pensar que el beduino, al ver lo que hizo, soltaría la capa
y pediría disculpas. Como también esperaríamos que el Profeta Muhammad,
sallallahu ‘alaihi wa sallam, al ver que el hombre estaba consternado por el
incidente, aceptaría las disculpas y dejaría las cosas como estaban, sin pasar
a mayores. Pero esto no fue lo que pasó.
El beduino en vez de
disculparse y soltar la capa se dirigió toscamente al Profeta, sallallahu ‘alaihi
wa sallam, diciéndole:
“¡Muhammad! Dame algo
de lo que tienes, comparte conmigo las riquezas que Al-lah te ha concedido”. No
mostró la más mínima consideración ni el respeto que el Profeta, sallallahu ‘alaihi
wa sallam, merecía.
Ahora, por favor, tomémonos
unos instantes e imaginémonos cómo reaccionaría una persona común y corriente
al ser tratada de esta manera, es decir, ser abordados por un rufián quien jala
de nuestras ropas por detrás, haciéndonos tambalear y casi ahogarnos. Y ni
mencionemos que rasgó nuestra vestimenta y que no fue capaz de disculparse por
lo menos, y que además, tiene la osadía de pedirnos dinero de la manera más
descortés. Seguro que no aguantaríamos y le daríamos un golpe como mínimo.
¿Cómo reaccionó el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa
sallam?
Anas, que Al-lah esté complacido con él, nos cuenta: “El Mensajero de Al-lah,
sallallahu ‘alaihi wa sallam, dio la vuelta dándole la cara al beduino y sonrió.
Y después ordenó que se le diera dinero”. [Bujari]
¡Subhanal-lah! (Glorificado
sea Allah), esta reacción no sólo
nos enseña el autocontrol que distinguía al Mensajero de Allah, sallallahu ‘alaihi
wa sallam, sino que más allá nos comprueba que efectivamente era una persona
que se caracterizaba por ser portador de un comportamiento y conducta única. En
una situación así no hay tiempo para pensar ni para arreglar las cosas de modo
que uno salga airoso. Si el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, lo hubiera
golpeado nadie hubiese podido reprocharle por esta reacción, pues él era un
hombre común y corriente como todos los demás; pero su lado profético es el que
resaltaba siempre en casos sorpresivos como estos. Nos dejó bien claro que en
el Islam, en situaciones parecidas, no hay cabida para la teoría de Newton que
señala que cada acción supone una reacción igual. No por nada Allah,
Glorificado sea dijo (lo que se interpreta en español): {Ciertamente eres de una naturaleza y moral grandiosas.}
[Corán 68]
El Profeta Muhammad,
sallallahu ‘alaihi wa sallam, era una persona que aplicaba lo que decía y enseñaba,
con su ejemplo esculpía las lecciones más maravillosas de vida en los corazones
de sus Sahabah. Así como aconsejó que no se enojara a quien le pidió consejo, él
no se enojaba, y la prueba más fiable y clara está en esta sorprendente reacción,
se incorporó, se dio la vuelta y sonrió…
Esta es la cumbre a la
que ningún otro hombre ha logrado llegar: la perfecta armonía entre lo que se
dice y se hace.
Por otra parte, vemos
que pese a que el Profeta sallallahu ‘alaihi wa salam era el jefe del Estado y
líder de la comunidad, todo mundo tenía acceso a él sin ningún problema,
incluso sin ningún tipo de protocolo como vemos. No se rodeaba de una corte de
personas en especial o escoltas que impidieran el acceso a él para los demás
miembros de la sociedad.
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